9 octobre 2017

Barrios de Luna

EL pantano de Barrios de Luna, en León, está seco por primera vez desde que empezó a llenarse en 1951. Cubrió dieciséis pueblos, entre ellos ese Barrios de Luna, a los pies de la presa. Uno de los más bellos romances de la lengua castellana fue escrito en honor del Duero y todos sus afluentes. Su tercer verso nada tiene que envidiar al famoso del emperador Adriano (animula vagula blandula, “mínima alma mía, vaga y flotante”), ni el poema al catálogo de las naves de Homero. Seguro que lo recuerdan. Si no, búsquenlo en youtube. Existe registro de su autor, Miguel de Unamuno, recitándolo. Impresiona asistir a ese momento, eterno y renovado: “Arlazón, Carrión, Pisuerga,/ Tormes, Águeda, mi Duero. / Lígrimos, lánguidos, íntimos, / espejando claros cielos / abrevando pardos campos, / susurrando romanceros”. Permítanme que enumere aquí el nombre de esos dieciséis pueblos del antiguo condado de Luna. Media Edad Media está enterrada con ellos, media Edad Media acaba de resurgir del fondo: Arrévalo, Campo de Luna, La Canela, Casasola, Cosera, Lagüelles, Láncara de Luna, Miñera, Mirantes de Luna, El Molinón, Oblanca, San Pedro de Luna, Santa Eulalia de las Manzanas, Trabanco, Truva y Ventas de Mallo. Lígrimos, lánguidos, íntimos nombres de la lengua leonesa, de la lengua de mi infancia.

Los habitantes de esos pueblos, al represar las aceradas aguas de aquellas peñas en 1951, cargaron sus enseres en carros y buscaron donde asentarse. Dejaron atrás todo, hasta sus muertos. A Manzaneda de Torío llegó una de esas familias que desde entonces trenzó su historia con la nuestra. 

Las fotografías de ese pantano seco, como tantos otros de España, cuarteada en sus limos, son desoladoras. Recuerdo de niño haber entrado en el lavadero de Caldas de Luna,  de aguas termales. En él lavaban las mujeres la ropa. Ese día no había nadie. Un espacio mínimo también, como el alma, angosto y visigodo, de piedra seca, iluminado por un ventanuco y el hueco de la entrada. Al irrumpir en él se levantó un millón de mariposas blancas. Un millón, ni una menos. Nadie ha visto jamás un fulgor parecido, las mariposas pequeñitas, blancas, agitándose, temblorosas, en un rayo de sol, sin encontrar la salida, como copos de primavera. Cuando el clima cambie del todo, ¿adónde iremos? ¿Con qué bueyes?

    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de octubre de 2017]

2 commentaires:

  1. Ya sé dónde, por qué improbables suelos secos caminaré estos días. Cualquier mínima alma (mía) está obligada a ensancharse acumulando toda la gloriosa belleza posible del mundo antes de morir. Gracias, don Andrés.

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  2. Lo pase genial, don Andrés. Hasta ayer no pude acercarme. Impresiona ver el Embalse seco bajo el elegante puente de Fernández Casado, con un hilillo de agua en la topografía más baja del cauce seco.
    Me dí un inesperado baño termal en un alpendre público de Robledo de Caldas. Se lo recomiendo. Lástima no poder ponerle aqui algunas fotos de la fuente termal y del menú posterior en el bar-restaurante Entrepeñas. Gracias.

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